viernes, 22 de julio de 2016

Julieta (Pedro Almodóvar, 2016)

El silencio

 
Al ir por la calle, la cincuentona Julieta (Emma Suárez) se encuentra con una chica mucho más joven que ella. Por la reacción de ambas, pareciera que hace mucho tiempo que no se ven, y todo señalaría que les une cierta complicidad, un pasado en común, cuando menos tormentoso. De apenas unos minutos, ese encuentro casual y algo incómodo supone un suceso lo suficientemente perturbador como para que la protagonista decida súbitamente cancelar su mudanza a Portugal, dejar a su pareja (Darío Grandinetti) y quedarse en Madrid. Es así que el gran Pedro Almodóvar despliega, con esa breve escena, un mar de incógnitas que suponen una sólida y portentosa base para esta película. A partir de allí comenzará un gran flashback que retrotrae a los años ochenta y a la juventud de Julieta, interpretada entonces por la fenomenal Adriana Ugarte. 
Ambas actrices encarnan un mismo personaje con una coherencia emocional notable, lo que lleva a recordar que el cineasta manchego es de los más grandes directores de actores de nuestros tiempos. Pero además, la originalísima transición que implementa al cambiar una actriz por la otra está notablemente impuesta a través de un "montaje invisible" que se vuelve visible (o no, algunos espectadores aseguran no percatarse del cambio), y al mismo tiempo carga de significación al artificio: las circunstancias llevan a que la protagonista literalmente envejezca de pronto. Hay otro personaje que también es encarnado por varias actrices: Antía, hija de Julieta, que cuando es adolescente brilla como nadie, es en ese lapso interpretada por Priscila Delgado, una sobresaliente actriz televisiva de quien seguramente volveremos a oír muchas veces. 
Si bien la primera mitad de la película cuenta con una construcción psicológica, un suspenso y una progresión dramática dignos del mejor Hitchcock, sobre su desenlace el enfoque retrotrae a los más cargados melodramas de Douglas Sirk. La narración fluye como un río, cada personaje tiene sus razones, sus conflictos propios y palpita en los fotogramas, y hay un notable esmero en la puesta en escena, en los colores, en los decorados y en los objetos; una sucesión inagotable de detalles visuales y sonoros precisados al milímetro. 
Pero Julieta no es sólo una película elegante e intensa por donde se la mire sino que es de esas que se quedan con el espectador por lo que no dice o, mejor expresado, por aquello que los personajes no verbalizan pero habita dentro de ellos. De hecho, la película iba a llamarse "Silencio", pero el título fue cambiado ya que Scorsese le ganó de mano a Almodóvar nombrando así su próximo opus. (El que no quiera enterarse de detalles importantes del desenlace de la película debería dejar de leer por aquí). 
El hecho de que una niña pierda de un sólo golpe a sus dos sustentos vitales –uno de ellos muerto, el otro hundido en un pozo depresivo– supone un shock psicológico mayor, que la coloca en una situación de inestabilidad, perdida, sin un rumbo. Que un personaje tan querible como Julieta se convierta en una prisión para su hija es algo que no es perceptible en un comienzo, pero puede deducirse más adelante. Almodóvar además explora cómo los grandes tabúes, lo que no puede nombrarse al interior de un núcleo familiar, es quizá más influyente en la formación de un individuo que todo aquello de lo que sí se habla.

Publicado en Brecha el 22/7/2016

lunes, 18 de julio de 2016

Warcraft: El primer encuentro de dos mundos (Warcraft, Duncan Jones, 2016)

Palo y palo 


20 años tiene ya la saga del videojuego Warcraft, compuesta por una sucesión de juegos de estrategia en los que una buena cantidad de clanes de humanos y de orcos se daban palos unos contra otros, en batallas campales inagotables en las que se enfrentaban sucesivas hordas de guerreros. El jugador, como buen estratega bélico, debía dar órdenes a sus tropas, desplegando soldados, caballeros, arqueros, artilleros, brujos y conjuradores a través del campo, y evaluando los tiempos y los recursos requeridos. Pero el universo del juego se amplió más allá de las campañas bélicas y dio también lugar a otro videojuego de masividad inusitada, World of Warcraft, más orientado al RPG y a la interacción de jugadores en línea. Además, un juego de mesa, otro de rol, novelas y hasta un manga contribuyeron también a expandir una historia repleta de episodios, locaciones, personajes y giros argumentales. 
Esta película vendría a corresponderse a la segunda entrega del juego, Orcs & Humans, del año 1994, y se presenta como una primera parte de una saga cinematográfica que se extenderá quién sabe hasta cuándo. Que se trata realmente de un "universo" es algo que puede sentirse al momento mismo de iniciada la película. Y es que por detrás de la trama elemental y de los conflictos, es perceptible una riqueza particular. En el diseño estético de los personajes, en sus atributos, en las características de tal o cual paisaje se notan esos veinte años de acumulación de elementos. El director Duncan Jones (hijo del recientemente fallecido cantante y compositor David Bowie) es un fanático asumido de la saga, y si bien los personajes pueden ser bastante planos y estereotipados, se ven envueltos en situaciones elaboradas y coherentes, y en una historia que ha sido tomada muy en serio. Dentro del delirio que supone que los orcos vayan a la guerra vestidos con armaduras ornamentadas por varios cráneos y hasta por columnas vertebrales, existe un encanto muy particular en el esmero destinado a estos detalles. 
Es verdad, no hay nada demasiado nuevo en la propuesta y la película vendría a colmar esa cuota de superproducciónes de fantasía bélica que Hollywood vienen necesitando desde la primera entrega de El señor de los anillos. Pero esta Warcraft cuenta con varios atributos: da lo que promete sin mayores pretensiones, está bien filmada y relatada y, dentro de esta lógica de confrontación de humanos y orcos, propone la existencia de héroes y villanos en ambas filas. Cuando cerca del final, un grupo de humanos arenga en pos de declararle la guerra a los orcos in totum, al espectador no se le escapará que hay algo profundamente injusto en la generalización. Sin dudas, una complejidad preferible a las simplificaciones de buenos contra malos propias de El señor de los anillos, 300, o Mad Max, en las que, además, los héroes eran atractivos y los villanos extremadamente feos.

Publicado en Brecha el 15/7/2016

jueves, 7 de julio de 2016

Las mejores películas (XXVIII)

Hace ya bastante tiempo que sobrepasé la decena de películas para recomendar, se me fueron acumulando sin que pudiera escribir estas breves sinopsis, y hasta llegué incluso a considerar dejar de publicar este tipo de entradas de "las mejores películas". Pero sé que son de las más leídas de este blog, y unos cuantos lectores me las han pedido especialmente. Además son las que más satisfacción me dan, así que decidí cambiar su enfoque; ya no voy a dejar constancia de todas y cada una de las mejores películas que haya visto en los últimos meses, sino que voy a poner un filtro aún mayor, señalando sólo las que están al alcance de todos y que realmente se me antojan imprescindibles. Tampoco me voy a detener en películas obvias que todo el mundo vio como The Hateful Eight o Tangerine (obviamente, las recomiendo enfáticamente), pero voy a acortar el recorrido porque simplemente no encuentro tiempo para escribir sobre todo el cine bueno que existe.

Oh Boy de Jan Ole Gerster (Alemania)

Esta es del 2012, pero la vi hace poco y si encabeza esta lista es porque me parece una condenada maravilla. Una errática odisea en blanco y negro a través de las calles de Berlín puede contener tantos imprevistos como despropósitos, y los variopintos personajes que se le aparecen a Niko, el algo mimado y desconcertado protagonista, nunca son lo que en un principio parecen, como todo en esta acuosa y extraña película. La Alemania de hoy es un coloso a la deriva, pero aferrado a sus raíces, desviado, neurótico, ocasionalmente violento. Y lo único que quiere Niko es tomarse un café...  

Gente de bien de Franco Lolli (Colombia, Francia)

Creo que nunca vi una película que desplegara tan nítida y brillantemente la esencia misma de las brechas sociales, la discriminación, la exclusión, el resentimiento, el odio de clase. Los niños pueden ser muy crueles, y una iniciativa altruista y caritativa por parte de una madre progresista puede acabar reforzando la exclusión y el prejuicio, convertiéndose en lo contrario de lo que en un principio pretendía. Es terriblemente triste, es brutal, es terrorífica en su planteo, y quizá también sea la mejor película colombiana de todos los tiempos.

Langosta de Yorgos Lanthimos (Grecia, Irlanda, Bélgica, Reino Unido, Francia)

Con Canino, muchos intuíamos que estábamos ante un director absolutamente diferente, un nihilista del porte de un Haneke o Von Trier, pero con un estilo quizá más personal e intransferible. Esa sensación se convierte en certeza al asistir a esta portentosa película. En un futuro distópico, los solteros son arrestados e internados en un hotel, bajo estrecha vigilancia. Cuentan con 45 días para conseguir una nueva pareja, o de lo contrario deberán someterse a una transformación irreversible. En contraposición, un submundo de rebeldes supone la salvaguarda para los usuarios en fuga, pero también presentando una nómina de reglas...

Tag de Sion Sono (Japón)

Con esta película me confirmo como un adicto fanático de Sion Sono. La adolescente protagonista no sólo tiene el problema de que a su alrededor el universo parece convertirse en caos, sino que ella misma va cambiando, transformándose sucesivamente en otras personas a lo largo de su recorrido. Como dice wikipedia, Tag es una película de "acción, terror, surrealismo, suspenso y filosofía". Yo agregaría que es la obra más poética que haya filmado el maestro japonés, y que por detrás de la demencia imparable y de algunas escenas completamente inolvidables, existe un encanto y una sensibilidad muy especial.

Victoria de Sebastian Schipper (Alemania)

Otra más por las calles de Berlín... pero qué bien que vienen filmando los germanos, maldita sea. Acá tenemos a una protagonista un tanto desquiciada e inconsciente, sedienta de adrenalina y descontrol, que se encuentra casualmente con una partida de ebrios que podrían darle justo lo que precisaba. Y efectivamente, todo se termina saliendo de madre, quizá hasta un tanto más de lo que ella hubiese querido. Un plano secuencia de dos horas veinte, con grandes actuaciones, un gran trabajo fotográfico, y un suspenso que se impone sin nunca decaer.

The Witch de Robert Eggers (Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Brasil)

Si bien la vida en la Nueva Inglaterra de comienzos del XVII no debió haber sido fácil, menos lo era si tocaba vivir expulsado de la comunidad, de la caza y la recolección en las inmediaciones de un bosque siniestro. Si además una extraña maldición recaía sobre la familia, comenzaban a acontecer desapariciones y extrañas posesiones, la estabilidad tendía a perderse, y ganaba espacios la desesperación. Una película de terror histórico dotada de una densidad inconcebible, que se presta para lecturas sobre la religión y los dogmas, la locura y la marginación, sobre los chivos expiatorios y la persecución a las mujeres, entre otras nimiedades.

La tercera orilla de Celina Murga (Argentina)

La vida de Nicolás no es la de un adolescente típico. Si bien la situación económica de su familia es estable y más bien desahogada, sobre sus hombros pesa un legado insalubre; él quisiera estar más tiempo entre amigos, con sus hermanos o simplemente haciendo nada, pero su padre, a quien ni siquiera puede llamar por su nombre, quiere que siga su recorrido, estudiando medicina, heredando sus tierras y sus más pesadas responsabilidades. El patriarcado no sólo genera víctimas entre las mujeres sino también entre los hombres, y pocas cosas podrían demostrarlo mejor que esta brillante película.

Hijo de Saúl de László Nemes (Hungría)

Antes de que me digan "oootra más de campos de concentración..." les aviso que yo también estoy bastante harto del tema, pero que aún así, esta película me parece sumamente novedosa en su forma, y el planteo lo suficientemente poderoso como para ser desmerecido. El protagonista es un "sonderkommando" a cargo de conducir a los prisioneros a las cámaras de gas, y luego limpiarlas y recoger sus cadáveres. El recorrido de Saul a través del campo va exhibiendo diferentes instancias de deshumanización y horror, y su rostro inexpresivo e inconmovible quizá sea lo más inquietante de todo.

Nina Forever de Ben Blaine y Chirs Blaine (Reino Unido)

Que mientras se tiene sexo con alguien se aparezca el recuerdo de otra persona es algo que le debe pasar a muchos, y que podría considerarse hasta normal. Pero si esa otra persona es tu novia muerta, y no aparece en el recuerdo sino se aparece realmente su cadáver marchito, manchando las sábanas de sangre, entonces tenemos un problema considerable. La Jessica Hyde de la serie Utopia es aquí esta mortaja inoportuna que marca territorio sin nunca dejar a los personajes fornicar en paz. El british horror viene cada día más inteligente y profundo.

Un día especial de Francesca Comencini (Italia)

Un par de muchachos pertenecientes a los barrios periféricos de Roma se conocen a bordo de un lujoso auto. Él acaba de conseguir su trabajo como chofer, ella debe acudir a una promisoria entrevista laboral. Pero la cita se retrasa, y ambos deberán pasar un rato juntos. En ese lapso, aprovecharán para conocerse mejor, para divertirse en el centro de la ciudad, para confiarse deseos y angustias personales. El choque con el universo adulto y con realidades que existen pero nadie cuestiona, desvelan una Italia berlusconiana de decadencia moral, individualismo recalcitrante y víctimas varias.